Hasta donde se me alcanza, y si estoy en un error que alguien me corrija, Argentina apenas ha vivido verdaderamente en democracia desde, al menos, mitad del siglo pasado. Y la raíz de todo está, probablemente, en Juan Domingo Perón, una especie de espadón decimonónico que hizo, y dos veces, lo que ninguno de los espadones llegó a hacer: que sus esposas -simultáneamente la primera, a continuación la segunda- tuvieran poder efectivo o, al menos, lo ostentaran.
Y de aquellos polvos
vinieron estos lodos. Primero, la dictadura militar, sucedida luego por una
democracia nominal que, salvo al principio quizá, no ha merecido apenas el
nombre de tal. Y menos que nunca desde que los Kirchner llegaron al poder, y convirtieron
el peronismo en kirchnerismo… y repitieron la jugada de Perón, sólo que con la
idea de irse alternando en el poder, para acabar de pervertir las reglas del
juego democrático.
Cómo serán las cosas, que el jefe del Estado se permite amenazar a la fiscalía. Y no, como en España, preguntando que de quién depende el fiscal general, sino diciendo que espera que no se suicide, como (dicen que) le ocurrió al anterior al que se le ocurrió investigar a Cristina Fernández de Bótox.
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