Hace cosa de mes y medio -cómo pasa el tiempo, ya nadie se acuerda del tema-, saltó a la primera plana de los medios de comunicación un video de la primera ministra de Finlandia -además de mujer, joven- en el que aparecía bailando desinhibida en una fiesta privada.
Inmediatamente, la opinión pública se dividió en dos bandos (no digo que numéricamente parejos):
los que la criticaban, señalando que un político -y menos un primer ministro-
no tiene vida privada, y los que afirmaban que se la criminalizaba, o se
cargaban más las tintas, por el hecho de ser una mujer joven. Hasta qué punto llegarían
las cosas, que la susodicha tuvo que salir a declarar que no había tomado drogas,
e incluso hacerse un análisis para demostrarlo.
Sin entrar en el fondo
del asunto -aunque estoy más cerca de los que piensan que una figura pública, en
tanto lo sea, no tiene vida privada-, tan malo es lo que dicen las feministas, que
se la criminaliza sólo por ser mujer, como lo que hacen ellas, que es disculparla
implícitamente precisamente por ser mujer.
Y yo digo, ¿serían tan comprensivas de ser un varón el juerguista?
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