Es probable que en mi familia paterna haya un componente genético que predisponga a los chistes. Malos, pero chistes.
Ya he contado el caso
del hermano pequeño de mi padre, a quien en mi infancia soportaba con
dificultad -por decirlo suavemente- cuando se ponía en modo chistoso. Lo
más irónico es que, con el tiempo, he ido desarrollando un carácter parecido,
aunque él se movía más en el campo de las bromas, y lo mío son los juegos de
palabras.
Tres ejemplos de los más
recientes serían: bodágine, o el lío que supone organizar un enlace
nupcial, sobre todo por la parte de la novia; workabstemio, como
contraposición a workaholic, porque el equivalente exacto -algo como workateetotaller–
suena francamente mal, además de no ser inmediatamente comprensible; y torperverso,
que es aquella persona que, sobre ser malvada, es definitivamente estúpida.
Caso de los miembros del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, por ejemplo.
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