Dice el viejo adagio latino que equivocarse es de humanos. A este refrán se le suelen añadir tres apostillas; no todas a la vez, claro está: que rectificar es de sabios, que perdonar es divino, y que echarle la culpa a otro es más humano todavía.
Yo añadiría una especie de derivada,
consistente en que también es bastante habitual atribuir a los demás las
equivocaciones propias. No responsabilizarles de las mismas -eso ya está dicho
en la última de las tres anteriores-, sino decir que son los otros los
que cometen el error que esos otros achacan al susodicho. Vamos, lo que viene
llamándose proyección.
En esto, como en tantas otras cosas
deleznables, el partido de la mano y el capullo es más que perito, es un doctor
en la materia. Mienten como bellacos, pero dicen que son los demás los que
mienten; saquean los fondos públicos a manos llenas, pero dicen que son los
demás los que roban; crispan el clima político, pero dicen que son los demás
los que tensionan; se oponen a cualquier tipo de acuerdo político que suponga
ceder un ápice sus posiciones -salvo con los secesionistas catalanes y los
terroristas vascos, con los que no se bajan más los pantalones porque está el
suelo y del suelo no se puede pasar, y dicen que son los demás los intransigentes.
Hacen, en fin, lo que les sale de los dídimos, y pretenden prohibir a la presidente de la comunidad de Madrid actuar contra los decretos del psicópata de la Moncloa porque altera la convivencia.
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