Cuentan que, tras la ejecución del duque de Enghien, Joseph Fouché resumió el hecho diciendo ha sido peor que un crimen, ha sido un error.
Eso fue lo que pensé cuando me enteré de la muerte del opositor ruso Alexéi Navalni en la prisión a la que le había enviado
el autócrata del Kremlin. Porque ¿qué necesidad tenía de acabar físicamente con
él? Ya le tenía apresado, en lo más remoto del mundo, aislado…
Matándolo, Putin ha conseguido dos cosas,
ninguna de las cuales le favorece en lo más mínimo. En primer lugar, ha creado un
mártir. Y, en segundo lugar, ha demostrado que tiene miedo, que está inseguro. Si
le ha eliminado, es porque le consideraba una amenaza. Dios no elimina a
Satanás porque el príncipe de las tinieblas, aunque probablemente suponga un
incordio, al final no es una amenaza definitiva.
Paradójicamente, Putin, a quien siempre le ha
gustado mostrarse como una especie de superhombre, ha terminado demostrando, al
dar esta orden, que es un simple humano.
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