Hace ahora veinte años, menos de dos centenares de muertos cambiaron el rumbo de la Historia de España. A peor para muchos, a mejor para algunos. ¿Irremediablemente? No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, pero de momento seguimos mal.
A pesar de la verdad oficial, de que
ahora haya muchos que en las entrevistas digan que los terroristas vascos no
estuvieron en el ajo y que todo fue cosa de media docena de pelagatos de
Lavapiés (creo recordar que ese era el barrio de los moros)… si todo eso es cierto,
¿por qué destruyeron las pruebas? ¿Por qué se informó de terroristas depilados
con tres calzoncillos, que no aparecieron (ni los terroristas ni los calzoncillos)?
¿Por qué la mochila aparecía y desaparecía a conveniencia? ¿Por qué los modos
de la fiscal vale ya?
Algunos no nos lo creemos. Algunos reclamamos
nuestro derecho al escepticismo y a la discrepancia. Algunos nos preguntamos a
quién benefició todo, dentro y fuera de España. Algunos exigimos memoria, dignidad
y justicia. Y, por encima de todo, la Verdad.
Ni olvido, ni perdón.
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