Dice el Evangelio de San Mateo (capítulo séptimo, versículo decimosexto) que por sus frutos los conoceréis. Es decir, no hay que atender a lo que dice una persona, sino a lo que hace o deja de hacer.
Y es que todo aquel que entra al servicio público,
sea el último mono del ayuntamiento más recóndito, o el presidente del
gobierno, jura (cada vez menos) o promete por su conciencia y honor cumplir
fielmente las obligaciones del puesto, con lealtad al Rey, y guardar y hacer
guardar la Constitución como norma fundamental del Estado.
Vamos a dejar aparte el hecho de si algunos
de los que están en política tienen conciencia, por no hablar del honor, y a
fijarnos exclusivamente en lo que hacen. Y cuando la franquicia con barretina
de los de la mano y el capullo se unieron a los secesionistas en su negativa a guardar un minuto de silencio por los guardias civiles asesinados en Barbate, quedaron
retratados como lo que son.
Unos miserables hijos de mil padres.
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