Las democracias, aunque sólo lo sean formalmente, presentan para los autócratas el inconveniente de tener que atenerse a los procedimientos establecidos. Y en el ámbito del género humano, sea una democracia o una dictadura, y parafraseando a Abraham Lincoln, puedes controlar a algunos siempre, o a todos por algún tiempo, pero no a todo el mundo todo el tiempo.
Eso es lo que ocurre con el Tribunal
Constitucional. Con el nada cándido Cándido al frente, el psicópata de la
Moncloa posiblemente creyera tener atado y bien atado la declaración como inconstitucional
de la inconstitucionalísima ley de amnistía a los golpistas catalanes… norma
que, al paso que vamos, amparará a todos los que han delinquido en la esquinita
desde el principio de los tiempos, siempre que pertenezcan a alguna de las
formaciones secesionistas.
Pero las continuas exigencias -iba a poner peticiones, pero esta gente ha tirado la careta (vista la jeta de alguna, mejor habérsela dejado puesta) y ya no pide, reclama- de los del partido de Cocomochoponen en peligro esa seguridad: Pumpido estaría dispuesto a declarar constitucionales los Principios del Movimiento Nacional, si se lo pidiera Sin Vocales; pero a los que están a su izquierda les puede parecer mal condenar a las turbas y salvar a los burgueses, mientras que -todavía dentro de su bloque- son menos radicales que él podrían tener escrúpulos en tragarse ese sapo.
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