Históricamente, las dos corrientes del marxismo español -los de la mano y el capullo y los (ahora) no sé ni hacer la o con un canuto- nunca se han llevado bien. Los segundos consideran a los primeros unos blandos, y éstos a aquellos una panda de descerebrados.
Sólo cuando no han tenido otro remedio han
aceptado compartir el poder. Cuando nació el desgobierno socialcomunista que
(todavía) tenemos la desgracia de padecer, el psicópata de la Moncloa concedió
al Chepas su cuota de poder, de modo que sobre los ninistros de
la formación neocom decidían desde Galapagar, no desde la Moncloa.
Cuando Junior, aburrido de tener que
trabajar, se marchó a que Isabel Díaz-Ayuso le diera un soplamocos electoral
que se oyó hasta en Caracas, dejó al cargo del chiringuito a la tucán de Fene,
a la que incluso proclamó como la primera mujer que presidiría el gobierno de España
(a saber cómo le sentó eso a la madre de sus hijos, otra que se cree mierda y
no llega a pedo).
Que lo hacía de boquilla era evidente: alguien
tan ambicioso y soberbio como Coleta Morada no iba a dejar que nadie
actuara por iniciativa propia, si podía evitarlo. Lo que pasa es que, si no
tienes cuota de poder, en general te toman por el pito del sereno; eso, y que
la líder cocuquista se creyó todas las tonterías que se han dicho sobre
ella, y decidió empezar a operar por su cuenta.
Sin embargo, en Ferraz han aprendido de la
lección, y procuran montar contrapoderes. Y si el ninisterio de Incultura
se lo han dado a un comunista, van y montan una oficina cultural -al
frente de la cual ponen a un miembro de la ejecutiva del partido- para vigilarle.
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