domingo, 5 de enero de 2025

Descanse en paz

A punto de terminar el año pasado falleció, recién cumplidos los cien años, James Earl Carter, que fuera presidente de Estados Unidos entre 1.977 y 1.981. A propósito de lo cual, nunca he entendido esa manía de los demócratas de utilizar los diminutivos con sus presidentes: Jack o Bobby (vale, éste no llegó a presidente) Kennedy, Jimmy Carter, Bill Clinton… ¿Alguien se imagina hablar de Ronnie Reagan, Georgie Bush (cualquiera de los dos) o Donnie Clinton? Pues eso.

Volvamos al tema. Igual que considero a Reagan el mejor presidente estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, sino de toda la centuria, colocaría al cultivador de cacahuetes en la posición opuesta. En Centennial mencionan a Warren Gamaliel Harding como el peor presidente (hasta la fecha, hará cosa de medio siglo), pero carezco de elementos suficientes para poder opinar.

Puede admitirse que las circunstancias con las que le tocó lidiar no fueron las mejores: los escándalos de la administración Nixon, la crisis del petróleo de los años setenta, la revolución islamista en Irán… pero un buen político, o uno decente, habría hecho algo más que el ridículo.

Tras su derrota en las elecciones de 1.980, Carter se dedicó a la filantropía, en el sentido de actuaciones de buena voluntad en favor de los hombres. Y como eso no tiene consecuencias prácticas (ausencia de poder supone ausencia de responsabilidad en los resultados), adquirió una fama de buena persona que hasta le hicieron merecedor del Premio Nobel de la Paz por sus décadas de esfuerzo incansable para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, impulsar la democracia y los derechos humanos y fomentar el desarrollo económico y social. Lo cual, teniendo en cuenta que se ha otorgado a sujetos tan poco recomendables como Kissinger, Gore u Obama (por, literalmente, no haber hecho nada para merecerlo), o que hasta Adolf Hitler fuera nominado ¡en 1.939!, es casi un oprobio más que un honor.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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