Desde los tiempos del jeta vocacional, la izquierda se presenta a sí misma como la defensora, la guardiana, el epítome de la democracia. Dentro de ella, todo es democracia; fuera de ella, nada lo es.
La realidad es muy distinta. De hecho, cuanto
más izquierdista es una izquierda, menos democrática es. Sin necesidad
de irse a los casos extremos de los regímenes comunistas (todos dictaduras,
ninguno democracias) pasados y presentes, vamos a quedarnos con el ejemplo del
partido de la mano y el capullo.
Presentaron las primarias como un avance,
como un triunfo -¿eso querría decir que, hasta entonces, todos los partidos
políticos españoles incumplían la última frase del artículo 6 de la Constitución,
esa que dice al referirse a los partidos políticos (la del artículo siguiente,
referida a los sindicatos, es literalmente igual, y acabo de darme cuenta ahora
al consultar la norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico) que su
estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos? Ahí lo dejo…-,
pero casi enseguida les salió rana (aquello de hace un cuarto de siglo, cuando
la bicefalia les produjo cefalea), y sólo vuelven a ello cuando les conviene… y
cuando pueden amañar el resultado entre bambalinas introduciendo votos en las urnas
subrepticiamente.
Si no, fuerzan dimisiones en los dirigentes presentes para colocar a los peones del líder único. En el caso que nos ocupa, el psicópata de la Moncloa.
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