Suele decirse que la política hace extraños compañeros de cama. Siguiendo con la metáfora, podría decirse que, en ocasiones, también provoca inesperados gatillazos… aunque, claro, ¿qué gatillazo es esperado? Pero me estoy apartando del tema.
En las últimas elecciones generales, el
partido de la mano y el capullo -y, por lo tanto, su candidato a la presidencia
del gobierno, el psicópata de la Moncloa (entonces y todavía)- no fue la
formación más votada (repetid conmigo, niños: no ganaron las elecciones). Sin embargo,
una confluencia de intereses -básicamente, dos, a saber: que no gobernara la
derecha y (la última razón es siempre la más importante) tener al gobierno de España
dependiendo siempre de los votos de partidos minoritarios que, por lo tanto,
conseguirían siempre lo que reclamaran- hizo que pudiera seguir durmiendo en
aquel colchón que fue lo primero que cambió al mudarse a la Moncloa.
Pero como socialismo español es sinónimo de
corrupción, y esta gente se ha formado en un sistema educativo excretado por
los de su misma ideología -lo cual quiere decir que su cortedad natural de luces
no se ha visto remediada por una formación académica en condiciones-, el rastro
de sus fechorías aflora pronto. Y como carecen de capacidad de disimulo, la
reforma con la que el psicópata, desnaturalizando la acusación popular, busca blindar a su pareja y a su hermano, protege también a los etarras… con los que,
al fin y al cabo, gobierna, en Madrid y en Pamplona.
Ya llego a la parte picante. Resulta que esta medida hay quienes la ven como una reforma encubierta de la Constitución. Que lo es. Pero lo gracioso es que, quienes lo dicen, son los jotaporcatos… que se han pasado por el forro de los dídimos la Constitución, el ordenamiento jurídico español en pleno, y hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando les ha venido en gana.
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