En cierto modo, sufro de síndrome de Diógenes. No en el sentido extremo, claro, de acumulación de basura y desperdicios domésticos, pero sí de acumular cosas y resistirme a tirarlas. Y no sólo en el aspecto puramente físico, sino también en el digital -lo que me permitió acuñar mi principio de que, cuanto más grande es un disco duro, menos tiempo tardas en llenarlo- y hasta en el mental (acostumbro a definirme como un archivo de conocimientos intelectualmente epatantes y pragmáticamente inútiles: cosas que no sirven para nada, pero que te dejarán con la boca abierta).
Centrándonos en el aspecto puramente
informático, al principio todo consistía en comprar discos duros de cada vez
mayor capacidad… aunque el ordenador que estaba usando fuera incapaz de
gestionarlos, al menos sin emplear un software que puenteara el sistema.
Luego, comprando varios discos duros para poner en el mismo ordenador.
Pero todo cambió un día que fui a recoger a
mi hermano a su trabajo. Se trataba de una pequeña empresa, y allí tenían una
caja (entendámonos: una CPU) con seis o siete discos duros SCASI dedicada
exclusivamente al almacenamiento. Vi las posibilidades, pero hablando con un amigo
-el celebérrimo niño del reloj- surgió la idea de comprar un NAS: un
dispositivo informático dedicado -no en exclusiva, pero sí básicamente- al almacenamiento
de información y su gestión.
El primer NAS que compré tenía una capacidad
máxima de doce teras (ingenuo de mí, pensé que con eso tendría suficiente para
mucho tiempo), y el primer volcado de información que le hice fue el tera que
tenía en el disco duro multimedia. Eso, y cablear mi casa para que desde
la tele pudiera acceder a mi videoteca, son cosas que nunca le agradeceré
bastante al susodicho niño.
En ese NAS cometí mi primer error: monté los
discos en modo JBOD. Como suelo decir, es el inverso a una partición de disco:
si en ésta sacas varios discos lógicos de uno físico, con el JBOD tienes un
solo disco lógico formado por varios discos físicos. Y claro, si se te estropea
un disco, se te estropea todo, y se queda irrecuperable… salvo pagando.
De ahí pasé a comprarme otro NAS, con una
capacidad de unos treinta teras. Seguía sin escarmentar, porque monté los
discos como RAID 0… que viene a ser lo mismo que un JBOD. Y, claro está, cascó
un disco, y hubo que apoquinar para recuperar la información. Toda,
afortunadamente.
Mi siguiente NAS fue uno con -montado en RAID 5- unos sesenta teras de capacidad. Al que tuve que poner un módulo satélite de
unos veintitantos teras más, como lo que mi capacidad de almacenamiento actual
es de unos cien teras. Más que la de mi lugar de trabajo o la del de mi hermano
pequeño, por poner dos ejemplos. Y como digo al principio, la cuestión no es si
la llenaré, sino cuándo.
Y todo empezó, parafraseando a Gandalf en los apéndices de El Señor de los Anillos, con un encuentro casual.
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