El psicópata de la Moncloa es un individuo con pulsiones autocráticas. Qué digo, todo él es una pulsión autocrática. Sin embargo, de algún modo busca guardar las apariencias de respetar el ordenamiento jurídico, aunque sea cambiándolo de arriba abajo para acomodarlo a su único interés: el de seguir detentando el poder tanto tiempo como le sea posible.
En esto no se diferencia de todos los demás
ejemplos (¿ejemplares?) del socialismo del siglo XXI. Llegan al poder
por medios democráticos -un tal Adolfo Hitler ya lo hizo hace nueve décadas- para,
desde ese poder, y utilizando las herramientas del mismo, ir cambiando el
ordenamiento hasta que no queda más voluntad que la suya (de nuevo en esto les
lleva ventaja el pintor fracasado del bigotito ridículo).
Los socialistas del siglo XX -empezando por Lenin
y siguiendo por Mussolini: no me cansaré de decirlo, el fascismo (y el
nacionalsocialismo) se originaron en la izquierda- no actuaban así. Tomaban el
cielo por asalto, que diría el Chepas, se hacían con el poder y
santas (o laicas) pascuas: los ya citados casos de Lenin o Mussolini, pero
también los de Castro, el primer Ortega… y, en la derecha, los de Franco o
Pinochet.
Volviendo al tema que fundamenta esta primera
entrada del año: la víspera del día de los Santos Inocentes nos desayunamos con
la noticia de que el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer quiere limitar el papel de las acusaciones populares en casos como el
de la pareja de Sin Vocales o, por emplear la terminología del ninistro
Bolardos, poner coto a la persecución de las personas
progresistas.
Porque a los conservadores se les puede perseguir sin problemas, ¿verdad, mamporrero por partida triple?
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