Hay libros que no sé cómo entraron en mi lista de lectura. No es el caso del que es objeto de esta entrada, puesto que estoy casi seguro de que salió de ver la reseña en el blog Microsiervos. Igualmente, sé que de la lectura de este libro han salido dos adiciones a la mencionada lista, ambas escritas por Charles Dickens: por orden de incorporación, Nuestro amigo común y Tiempos difíciles.
Centrándonos en esta obra, la
mayor parte de esta se centra en narrar cómo una epidemia de cólera se
combatió, por primera vez, de una manera científica, tal y como concebimos el
término actualmente. Y fue no hace mucho (apenas siglo y tres cuartos), y no
demasiado lejos (nada más y nada menos que en Londres). A pesar de ser una
narración, no una novela, el relato es ameno y se sigue con interés.
Sin embargo, toda esta narración -en la que las figuras de John Snow y Henry Whitehead podrían demostrar que ciencia y cristianismo no son mundos opuestos- no es más que la base de que se sirve el autor para sostener su tesis: que la
tendencia al urbanismo -entendiendo por tal el que la humanidad tiende de un
modo creciente a habitar en centros de población cada vez mayores- es no sólo
casi irreversible, sino que es, en términos que podríamos llamar ecológicos,
más respetuosa con el medio ambiente que la tan cacareada (por las gallinas ecolojetas)
vuelta a la naturaleza.
No deja de resultar irónico que en
sus últimas páginas, el autor se plantee si una pandemia del estilo de la del
cólera podría revertir la tendencia antedicha. Dado que la obra se escribió
hace quince años, la enfermedad que entonces estaba en el candelabro, que decía
aquélla, era la gripe aviar. Hoy es, naturalmente, la COVID-19, y sí podemos
decir sin temor a equivocarnos que nadie ha planteado que la gente debería
vivir en ciudades más pequeñas, o que el hecho de hacerlo en megaciudades haya
contribuido al mayor impacto del virus chino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario