Desde su nacimiento, va ya para dos siglos, la izquierda ha mostrado, en general, una indudable pulsión totalitaria o, por ser un poco más suaves, cierta alergia a la democracia y a sus postulados.
Centrándonos en el PSOE, la
formación más importante de la izquierda patria, estrenó el siglo pasado con la
famosa proclama de su fundador -la de actuar dentro de la legalidad cuando ello
les permita alcanzar sus fines, y fuera de ella cuando no-, lo continuó con el enterramiento
de la división de poderes (Montesquieu ha muerto, que dijo aquél) y
lo coronó con la pregunta, medio retórica medio en serio, por parte de quien lo había sido todo en el partido, de si a los jueces no había nadie que les dijera
lo que tenían que hacer.
Con estos antecedentes, no es de
extrañar que la persona que ha estado detrás de gran parte de los tejemanejes
del psicópata de la Moncloa -ahora va a resultar que el Rasputín de la
Moncloa no era más que una marioneta- diga, sin que se le mueva un músculo de
la cara, que el actual sistema de los miembros del Consejo General del Poder
Judicial es el adecuado porque en un Estado de derecho y una democracia plena como la española, ni los jueces pueden elegir a los jueces, ni los políticos pueden elegir a los políticos.
Dejando aparte el hecho de que
los políticos no hacen otra cosa que, precisamente, elegir políticos (hasta
para ocupar puestos que no deberían ser tales como, por ejemplo, algún miembro
del CGPJ que se dedica a sembrar discordia en la institución), es precisamente
la elección de jueces por jueces la que responde al espíritu de la Constitución,
espíritu que violaron dos de los que citaba en el segundo párrafo -y no es
difícil deducir qué dos- cuando cambiaron el sistema de elección en 1.985.
Menos mal que el líder del
principal partido de la oposición -al menos, en términos puramente numéricos-
anduvo rápido de reflejos (o lo estuvieron sus asesores, tanto da) y se
apresuró (en forma de brindis al sol, es un suponer, porque en política, y
menos si eres de izquierdas, no se dimite ni muerto) a exigir el cese inmediato
del socialista. Siendo quien era, no es de extrañar que no sólo no le cesaran,
sino que el partido saliera en tromba acusando al presidente del PP de manipular
y de actuar a golpe de tuit.
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