Algo pasa con los presidentes socialistas españoles que más pronto que tarde empiezan a ser abucheados. Por mucho que los políticos de izquierdas proclamen que el pueblo les ha elegido, el hecho es que, cuando reciben críticas, las reciben de la gente normal, no de colectivos significados (los artistas, los NoCHe…), que son los que suelen poner a parir a los gobiernos de derechas.
Con González pasó menos, pero es
que la crispación que sembraron entonces apenas estaba empezando a aflorar. Con
Rodríguez la cosa fue a más y, aunque le convenía que hubiera tensión (sic), al
menos no mató a nadie. Con Sánchez, sin embargo, la cosa ha ido a peor: muertos
por decenas de miles, ruina, socavamiento de las instituciones (incluso
teniendo en cuenta que es un suciolisto), alianzas con los que quieren
destruir España, claudicación ante terroristas y golpistas…
Así las cosas, no es extraño que,
aunque el presidente del desgobierno socialcomunista que tenemos al desgracia
de padecer pida dejar atrás la crispación y la confrontación (habló de
putas la Tacones), tenga que acortar sus intervenciones entre gritos de Fuera, fuera, y que los únicos que le aplauden sean los de su equipo.
Algo que alguien tan vanidoso como el psicópata de la Moncloa no debe importarle demasiado (que me aplaudan aunque sea cobrando), pero que debería: cuando dejen de cobrar, dejarán de aplaudirle.
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