Con el francés -aunque de ascendencia inequívocamente española- Manuel Valls me entra la duda de si nació tonto o su estado de idiocia le ha sobrevenido con el tiempo. Me explico.
Cuando se desempeñó como primer
ministro francés, creo recordar que no lo hizo del todo mal. Tampoco fue su
mandato, me parece, uno de los que vaya a pasar a los anales de la Historia
(expresión un tanto pleonásmica, juraría) con la calificación de excelente.
Que no fue un De Gaulle, pero tampoco un Pedro Sánchez, para entendernos.
Ya dio muestras de cierta flojera
mental, lindante con la soberbia, cuando entró en la política española, y más
concretamente en la catalana. Aquello no se arregla con buenas palabras, sino
con un par de guantazos bien dados o, en términos jurídicos, con un 155 como
Dios y la Constitución española mandan. Es decir, que Manolito pasó por la
política catalana… y la política catalana pasó de él como de los detritos
orgánicos sólidos de origen animal.
Y ahora que se va, va y dice el gabacho que deja la política catalana orgulloso de haber frenado el independentismo. O este tío es tonto, o vive en un mundo de ensoñaciones ilusorias.
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