El sistema autonómico establecido por la Constitución de 1.978 fue, supongo, un intento de contentar a las regiones más levantiscas -o a las formaciones políticas más histéricas de dichas regiones, para ser más precisos-, ofreciendo la posibilidad a las demás regiones de subirse al carro.
Pero como en España rige la regla
de maricón el último -o, por decirlo de otra manera, como la envidia es
el deporte nacional-, tiempo les faltó a todas y cada una de las posibles
comunidades autónomas para constituirse. Lo mismo ocurrió a la hora de asumir
competencias: las necionalidades histéricas primero, las demás después,
todas fueron asumiendo más y más competencias, hasta dejar al Estado prácticamente
vacío… e inerme.
Porque lo que se hizo fue, sobre
poco más o menos, constituir diecisiete estaditos, cada uno de los
cuales hacía la guerra por su cuenta, que no sólo es que no se coordinaran,
sino que en ocasiones se dedican a hacerse la puñeta unas a otras.
Un ejemplo real. Un sucedido,
que diría alguno. Hace un par de años, estando en Cantabria (vivimos en
Madrid), fui con mi padre a una farmacia para adquirir uno de sus medicamentos.
No pudimos. ¿Por qué? Porque la tarjeta sanitaria del sistema madrileño de salud
no era válida en Cantabria. Manda huevos: de todas las regiones de España, no
era Extremadura (por poner una comunidad autónoma tradicionalmente olvidada de
la mano del gobierno central… y, si no, ahí está el caso de la alta velocidad
ferroviaria), sino Madrid, la que no estaba conectada.
Y, como esa (problema ya
corregido, a Dios gracias), todas: diecisiete sistemas educativos, diecisiete
sistemas impositivos, diecisiete sistemitas judiciales (o casi), incumplimiento
flagrante del artículo 4 de la Constitución…
Sobre una posible solución, ya hablaremos
dentro de unas semanas.
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