El poder -aspirar a él o detentarlo- es un aglutinante tan poderoso que ríete tú del cianocrilato. Es capaz de mantener unidos a enemigos que de otro modo resultarían irreconciliables, cuando no recíprocamente repelentes.
Pero hay cosas que ni el poder
puede unir. Cuando interviene, el dinero actúa como un poderoso disolvente, al
tiempo que exacerba la tan humana tendencia de echarle la culpa del desastre al
otro, o a los otros.
Es el caso de la fracasada
ampliación del aeropuerto José Tarradellas. Ahora que el plan ha colapsado, las
partes implicadas -suciolistos, neocom y golpistas- han montado una bronca monumental, echándose la culpa unos a otros del desastre.
Si les dejamos solos, se despellejan…
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