Vaya por delante que considero el tema de los acosos sexuales a mujeres un tema muy serio, digno de todo respeto y consideración. Lo cual no quita para que resulte que la mayor parte de esos presuntos acosos -los que se denuncian y tienen repercusión mediática, quiero decir- se produjeran hace la torta de tiempo y salgan ahora a la luz, cuando parece que no eres nadie si no te han acosado. Es más, muchas de las presuntas acosadas resultan, efectivamente, no ser nadie.
También se puede argumentar que
no llegaron a nada precisamente porque se resistieron al acoso; y que las que
sí triunfaron callan porque, llegado el caso de declarar algún tipo de acoso,
el comentario resultante puede ser del tipo de ponderar si se encuentran donde
se encuentran por su talento, trabajo y esfuerzo… o porque cedieron al acoso.
En fin, que me estoy desviando
del tema y metiéndome en camisa de once varas (suponiendo que este blog lo
leyera alguien que montara una campaña contra mí por mis opiniones). La noticia
que dio origen a todo esto es que resulta que el niño que aparece en la portada
de Nevermind, el álbum del grupo Nirvana, ha demandado a los músicos por
pornografía infantil.
Dejando aparte lo ridículo de la demanda, en mi opinión, si la misma prosperara es casi seguro que asistiríamos a un festival del iconoclasia como no se ha visto desde hace mil años. Del Manneken Pis a cientos y cientos de angelotes representados en pinturas y retablos, la lista es interminable.
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