Hace bastante tiempo -unos treinta y cinco años o así- leí en un tebeo una definición que me hizo cierta gracia: Terrorista. Así es como llama un ejército grande a uno pequeño. En aquel entonces no le di mayor importancia: era más joven, había vivido menos (perogrullada de libro), era una historia de superhéroes…
A estas alturas, esa definición
ya no me hace tanta gracia. En el mejor de los casos, puedo llegar a entender que
un colectivo cometa actos terroristas, cuando quien tiene enfrente no le deja
otra opción. Pero no puedo defenderlo; también es cierto que, como dijo Lope de
Vega, jamás me he visto en tal aprieto.
Peor todavía que los terroristas
son quienes se aprovechan de sus actos para sus propios intereses. Es decir,
por ceñirnos a un caso bien conocido: los asesinos de ETA son una banda de
hijos de mil padre, pero los recogenueces del PNV son unos miserables.
Toda esta digresión introductoria
viene a cuento de la llegada de los comunistas al poder en Perú, tras una
campaña electoral y unas elecciones que, siendo suaves, han estado cargadas de
polémica. Y como buenos comunistas, acusan a los demás de aquello de lo que
ellos adolecen. Y si el ministro de Exteriores tuvo que dimitir tras acusar a la Armada de terrorismo, resulta que el primer ministro ha publicado en
numerosas ocasiones declaraciones a favor de los terroristas de Sendero Luminoso.
Para rematar la cosa, trece profesores diputados comunistas suspendieron el examen de Educación (algunos no lograron aprobar ninguna de las siete veces que se presentaron, y cuatro de ellos ni siquiera se presentaron al examen). Cuando se ha sabido la noticia, al menos no han negado la evidencia, pero ha reaccionado diciendo que el fondo de esta información es desprestigiarnos, deslegitimar nuestro reclamo para presidir la Comisión de Educación.
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