Que la jerarquía católica en Cataluña hace mucho que dejó de ser etimológicamente católica para volverse descaradamente separatista es algo que he repetido una y otra vez.
So capa de una pretendida equidistancia
-igual de miserable que la que el difunto Setién, así arda en el infierno
con Arzallus, mantenía hacia los asesinos de ultraizquierda-, se manifiestan
proclives a atender las demandas del pueblo catalán (léase, las
exigencias de los necionanistas), olvidando que el que no está a favor
del cumplimiento de la Ley, está en su contra.
La última actuación en este sentido ha sido la del arzobispo de Barcelona, manifestándose a favor de la mesa de diálogo entre el psicópata de la Moncloa y los golpistas. Podría decir muchas cosas sobre el personaje, pero me limitaré a señalar que no le creo merecedor de la dignidad que ocupa. Mejor haría como su colega de Solsona, presentando la renuncia y marchándose a su casa.
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