Cuando un gobierno populista desea echar a alguien la culpa de sus fracasos, suele apelar a la herencia recibida. En el caso de los países que fueron -en el sentido lato- colonias, el culpable es siempre la antigua metrópoli, por mucho tiempo que haya pasado desde que se alcanzó la independencia, y por más que los actuales dirigentes no sean descendientes exclusivos de los habitantes originarios de la región, sino más bien de ascendencia europea.
Es a lo que tradicionalmente han
recurrido en Cuba -aunque, como le dijo Salvador de Madariaga al tirano de las
barbas, serían los antepasados de este último, y no los del intelectual
español, los que oprimieron a los indígenas, puesto que los Madariaga no
emigraron de la península ibérica-, a lo que desde el encaramamiento al poder
del gorila rojo han hecho en Venezuela, a lo que recurre en Méjico el
inútil de López Obrador cada dos por tres y a lo que ha acudido la tiranía
comunista nicaragüense en fechas recientes, permitiéndose el lujo de criticar
la democracia española que, si bien imperfecta, está bastante más avanzada que
la satrapía centroamericana.
No ha sido de inmediato, sino que
ha habido que esperar a recibir decenas de improperios por parte del matrimonio
que oprime a los nicaragüenses, que el desgobierno socialcomunista que tenemos
la desgracia de padecer ha llamado a consultas a la embajadora del país cuya
capital es Managua.
Luego querremos que se nos respete, por ahí fuera…
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