No de un modo articulado, pero éste fue el primer elemento de este tipo que elaboré, hace ya muchos años. No sólo antes de pensar en escribir un blog, sino de saber siquiera qué eran los blogs.
El nombre proviene, claro está, del
personaje del legendarium de Tolkien. En concreto, de un pasaje del
capítulo 21 de El Simarillion, ese que dice que:
Entonces Turambar se enfureció, porque en esas palabras oyó los pasos del destino que lo alcanzaban.
Naturalmente, el personaje reaccionó
como solía cuando alguien le decía las verdades a la cara: con ira. En este
caso, las palabras de su interlocutor fueron las últimas que pronunció, porque
le mató.
Sin llegar a semejantes extremos,
doy el nombre de síndrome Turambar a la reacción que cualquiera
manifiesta cuando es enfrentado a una verdad incontrovertible sobre sí mismo o,
en términos más generales, a la realidad.
La idea surgió de la simple
observación de los miembros de mi familia más cercana. Sin un orden determinado,
estas personas reaccionaban de varias maneras (las doy desordenadas, aunque
quienes los conozcan podrán, sin duda, identificar a cada uno): bien probaban
una salida oblicua, bien negaban la mayor (la realidad estaba, por tanto,
equivocada), bien tenían una salida de pata de banco, bien reaccionaban
airadamente.
En cuanto a mí… cuando algo me
dice algo que es verdad, y que no me gusta, el síndrome Turambar se manifiesta
en modo de silencio obstinado, ceño fruncido y, en ocasiones, frío a lo largo
de la columna vertebral.
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