Los tiranos son, en general, cobardes, miserables y embusteros. Lo demuestra el hecho de que, si se ven forzados a abandonar el poder, huyen como ratas o se esconden como conejos, cuando no se pegan un tiro para no caer ante sus enemigos; y no son capaces de decir a las claras las cosas, sino que las disfrazan y las esconden.
Y tiranos son, de hecho
o en potencia, la mayoría de los políticos de izquierdas: no en vanos, pretenden
hacer tragar a la Humanidad que el súmmum de la democracia es algo llamado dictadura
del proletariado.
Valga todo el rollo
precedente para comentar el hecho de que el presidente del consejo regional de
gobierno de Asturias, socialista a la sazón, ocultó un informe que desmonta que
la oficialidad del bable vaya a ser voluntaria para los asturianos. Muy al
contrario, evidencia que hacer oficial el bable supondrá imposiciones lingüísticas a todos los asturianos.
Si imponer por decreto
lenguas regionales con escaso o nulo recorrido -gallego, catalán y vascuence-
es, por ser suaves, poco rentable para los ciudadanos -para los que maman de
los chiringuitos montados al socaire de tal imposición es otro cantar-, hacerlo
de un conjunto heterogéneo de dialectos es, directamente, demencial.
O perverso, que viene a
ser lo mismo.
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