Si hay algo peor que intentar lavar el cerebro a la gente para imponer una forma de pensar, es que los destinatarios de ese enjuague mental sean los más indefensos, los niños.
Y eso es lo que parece
estar pasando con Disney. Uno no sabe si para intentar compensar las críticas
que se han dirigido a la compañía del ratón, como se le suele llamar,
por presentar a unas princesas delicadas e indefensas, que siempre
requerían de un príncipe (varón, heroico, fuerte, resuelto) que las salvara.
Ahora, los trabajadores
de la compañía denuncian el ambiente de terror en la empresa, en pro de
imponer la llamada agenda woke: si alguien tiene una opinión que no concuerda
con los estándares progres -en lo político, en lo moral, en lo
religioso-, se cuida muy mucho de expresarla en voz alta, porque sus creencias
son atacadas por la empresa.
No acaba ahí la cosa, sino que, al parecer, los colectivos NoCHe de la empresa abogan por el castigo de los empleados que no estén de acuerdo con ellos.
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