A poco de empezar a trabajar, una compañera acostumbraba a citar a Alfonso Guerra -con el tiempo, he cristalizado el pensamiento de que la frase probablemente no fuera original del vicetodo-, diciendo que toda obra humana es perfectible. A la viceversa, y siguiendo a Murphy, si algo ha demostrado la política española de izquierdas es que alguno vendrá que bueno te hará.
Tomemos el caso de una
de las dos primeras ministras socialistas, la portavoz Rosa Conde. Para hacer
de portavoz del consejo de ministros se necesita alguien que mienta con
desparpajo -como el hijo de P- o que hable con firmeza y autoridad -como la Vicevogue-,
rasgos ambos que le faltaban a la compañera de gabinete de Matilde Fernández,
más próxima al Demóstenes de su primera época que al ya consagrado. Que tartamudeaba
cosa mala, quiero decir.
Pasó Aznar, llegó zETAp
y entre las lumbreras que sentó en el gabinete se encontraron dos que
hacían que Rosa Conde pareciera, a lo menos, Margaret Thatcher. Porque, la
verdad, difícil es encontrar personajes más inútiles que Masturbito y Bibiana
Aído, ambas cómodamente colocadas tras su salida del gabinete.
Pero el ingenio humano
no conoce límites, y la malicia de la izquierda es infinita. Y como los nuevos cuadros
se han ido formando con las leyes educativas de la dedocracia, así nos
va. Nuevamente, las cotas abisales que parecían imposibles de superar fueron
superadas, y entraron a formar parte del gabinete desechos de tienta tales como
las Montero -de nuevo se puso de portacoz a alguien a quien resulta
difícil, no ya seguir el discurso, sino siquiera entender lo que dice- o Juanita
Petarda.
En cuanto a la derecha,
que también tiene cada una que… -¿a quién se le ocurre nombrar titular de
Sanidad a alguien que se apellida Mato?-, cuando alguna lo hace bien se la cargan… o lo intentan.
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