Esta reflexión no es sólo atemporal, sino básicamente personal. Cuando era más joven, mis padres me dijeron dos cosas. Bueno, me dijeron muchas (más de las que me gustaría oír, y seguro más de las que les gustaría haberme dicho), pero me voy a centrar en dos.
La primera es que con un
por favor, un gracias y una sonrisa se abren muchas más puertas
que sin ellas. La segunda es que, cuando me pidieran un favor, lo hiciera, si
no iba contra mis principios, la legalidad o la moral, porque uno nunca sabe
cuándo necesitará pedir un favor.
El primer consejo he
procurado seguirlo Y es cierto, la buena educación y el agradecimiento obran
milagros, pudiendo engrasar hasta los temperamentos más enrobinados. Lo de sonreír
me cuesta un poco más, pero qué se le va a hacer.
El segundo también
procuro seguirlo; no por mero interés personal, sino porque me pongo en el
lugar del otro y pienso en cómo me gustaría que me trataran a mí. Gracias a eso
he hecho amigos por toda España; amistades a las que no conozco personalmente,
no he visto en la vida y es improbable que lo haga…
…pero que me han granjeado
invitaciones a pescaíto frito en Cádiz y a papas con mojo en Canarias. Probablemente
nunca disfrute de esas invitaciones, pero es bueno saber que las tengo.
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