Desde mi punto de vista, el sistema penal español vigente es demasiado suave, demasiado comprensivo con los delincuentes. No es que esté a favor de la pena de muerte -como católico, no puedo estarlo-, pero me parece que el dicho de Concepción Arenal de odia el delito y compadece al delincuente se ha llevado demasiado lejos.
Porque hay delincuentes
que, por sus circunstancias vitales, quizá merezcan compasión. Pero hay otros
que no merecen compasión ni perdón; gente para la que la pena de muerte sería
un castigo demasiado leve, demasiado compasivo. Gente para la que se
pensó, ya que no cabe la cadena perpetua en España, la llamada prisión
permanente revisable.
La izmierda española,
siempre más próxima a los delincuentes que a las víctimas -no en vano, está
trufada de los primeros-, se ha opuesto sistemáticamente a la ampliación de los
casos a los que esta pena sería aplicable (lo que se ha dado en llamar su endurecimiento).
Hace un mes, sin
embargo, saltó la noticia de que la izquierda apoyaría tal endurecimiento para los
asesinos que oculten el cadáver y a los que vuelvan a matar tras salir de
prisión. Los neocom, que nunca pierden ocasión de mostrar lo miserables
que son, inicialmente anunciaron su voto a favor, para finalmente rechazar la
propuesta, arremetiendo contra la derecha por su actitud hipócrita
al pedir un endurecimiento de las penas para estos casos pero no para los
delitos de corrupción.
Vistos los pufos que hay en casa de los berenjenas, yo me estaría calladito…
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