Cuando el psicópata de La Moncloa, en entrevista televisada, dijo aquello de ¿De quién depende el Fiscal General del Estado? Pues eso, no sólo estaba mostrando, bien a las claras, sus pulsiones totalitarias: estaba haciendo un anuncio de lo que iba a pasar.
Y para cumplir su anuncio
escogió a su candidata ideal, una fiscal ayuna de escrúpulos, con relaciones cuando
menos cuestionables -de un comisario encausado a un juez condenado por
prevaricación-, nula como Notario Mayor del Reino -no dejó pasar una bandera
perfectamente constitucional, pero le colaron, y no doblado precisamente, el
pabellón personal del Generalísimo como Jefe del Estado- y que mira a Sanchinflas
con un arrobo tal que podría provocar episodios de hiperglucemia a todo un
pabellón de diabéticos.
Una individua cuya
idoneidad ha sido rechazada por sus pares, por la generalidad de la clase
política y por el órgano de gobierno de los jueces. Una individua que no tiene
reparo en adulterar el resultado final de la investigación sobre uno de sus
subordinados, eliminando del decreto de archivo los elementos que exoneraban con
rotundidad al investigado, despreciando también la labor del Consejo Fiscal.
No por nada se llama
Dolores…
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