El caso de la menor abusada por el ex marido de Mónica Oltra tiene ribetes cada vez más rocambolescos. Tomemos, por ejemplo, el caso de la declaración en sede judicial de la psicóloga que atendió a la menor.
A la psicóloga sus
superiores le habían encomendado un informe sobre la credibilidad de la
denuncia de abusos de la niña. La psicóloga reconoció que no era experta en
abusos sexuales, pero que para hacer una pericial no era necesario y por
tanto, que podía abordar esos casos. Vamos, es como si para hacer una
operación a corazón abierto coges a un ortodoncista porque, al fin y al cabo,
se trata de médicos, ¿no?
Para remate, tras el
encuentro no pudo elaborar el citado informe porque la menor en ningún
momento se refirió a los abusos sexuales. Preguntada por qué no preguntó
directa o indirectamente a la menor durante el encuentro por el asunto, resulta
que consideró que eso sería una manera de manipular y eso está en todo
manual.
Preguntada por el fiscal
si cree que confrontar a una persona con sus propios actos anteriores es
manipularle, la psicóloga -uno empieza casi a dudar que lo sea- respondió que no
es una persona, es una adolescente, una niña y existen criterios específicos
para hablar con ellos.
Extrañado -¡y quién no!-,
el juez le pidió que matizara semejante afirmación, y lo hizo en el sentido de
que es una persona, pero no es una persona adulta.
Vamos, como la inefable ninistra de Lomismodá, para la que un feto es un ser vivo, pero no un ser humano.
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