En política, como en la vida, no conviene mostrar debilidad. Fingirla sí, como en el mus, para que el rival pique y se meta en la trampa; pero descubrir tu juego es suicida.
Y eso es lo que ha hecho
el psicópata de La Moncloa, por razones que a los españoles nos resultan
desconocidas -pero, si nos ponemos en lo de piensa mal y acertarás, es
para echarse a temblar-, con relación a Marruecos.
Ya hace días que dije
que había puesto el culo en pompa para que, a través suyo, sodomizaran a todos
los españoles. Y hace un mes que empezaron a hacerlo -iba a poner empujar,
pero tampoco hay que ser tan gráfico-, al anunciar prospecciones mineras frente a Canarias diez días después de la visita del primer ninistro del Reino
de España.
Si las islas afortunadas
fueran, pongamos por caso, un archipiélago de soberanía británica, el moro
gurrumino se lo pensaría muy mucho antes de hacer semejante cosa. Como España lleva
medio siglo con el tafanario al aire en relación con todo lo que sucede al sur
de La Línea -salvo perejileras excepciones-, pasa lo que pasa.
Y lo que pasará.
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