martes, 17 de mayo de 2022

Reflexiones atemporales CIII – El sentido del humor

Cuando era pequeño, tenía un tío -vale, no sólo cuando era niño, también durante mi juventud y gran parte de mi vida adulta-, el hermano pequeño de mi padre, al que soportaba con dificultad (entre otras cosas, servidor era bastante más estúpido que ahora, en aquellos tiernos años). Era aficionado a hacer chistes y bromas, y yo lo le veía la gracia al asunto.

Era, por otra parte, una gran persona, algo de lo que me fui dando cuenta con los años. Ni la enfermedad -diabetes, fractura de la pierna, doble desprendimiento de retina que le dejó prácticamente ciego- ni las contrariedades minaron nunca su alegría de vivir, su iniciativa y sus ganas de hacer cosas. Nunca le dije directamente lo mucho que le admiraba, pero sí que se lo he dicho a su hija, mi prima, también una gran mujer y una gran persona.

Con el tiempo, en cierto modo, he acabado siendo como él, al menos en lo referente a las chanzas. No es que no me tome las cosas en serio, sino al contrario: suelo hacer bromas sobre las cosas serias, probablemente como un mecanismo reflejo de desdramatización. Quizá eso mismo fuera lo que moviera a mi tío.

Y, precisamente por eso, me disgustan y desconfío de las personas que carecen de sentido del humor, porque significa que se toman todo, empezando por sí mismos, demasiado en serio. Y tampoco es para tanto, la verdad.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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