Si uno consulta el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, se encuentra con que la primera acepción de la palabra historia es Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privado; la segunda, Disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados; y la cuarta, Conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación.
Podemos así extraer una
serie de rasgos: la historia (con mayúscula o sin ella) se refiere a hechos
pasados y, por tanto, inmodificables (al menos, hasta que no se descubra el
viaje en el tiempo hacia el pasado); en el ámbito científico, la Historia
narra la historia de un modo cronológico, es decir, empezando por el principio
y terminando por el final, por decirlo a la pata la llana; y se refiere a
sucesos o hechos, es decir, cosas que pasaron en el mundo real.
Y esto no lo digo yo,
que lo dice el diccionario de la RAE; que, contra lo que piensan los giliprogres
(con la indocta egabrense a la cabeza), no sienta doctrina, sino que recoge lo
que la gente piensa que quieren decir las palabras.
Con lo que, en una nueva muestra de negación de la realidad, es un contradiós el que en la nueva regulación de la materia de Geografía e Historia se proclame que contribuye a la percepción y el análisis de una realidad cada vez más diversa y cambiante para, a continuación, establecer que su estudio ya no será tan cronológico y que comenzará a partir de 1.812. Si no sabemos de dónde venimos y cómo hemos llegado a donde estamos, dejamos en manos de estos psicópatas el a dónde vamos como país.
No es, como dicen algunos, un disparate. Es una villanía.
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