Cualquiera que me conozca o que siga este blog sabrá que la aversión que siento por el Fútbol Club Barcelona es superior a la que pueda sentir por cualquier otra entidad deportiva.
Nunca me cayeron
demasiado simpáticos -una entidad que vive en función de lo que hace o haga de
hacer su máximo rival (el Real Madrid) no merece mucho respeto-, pero desde que
en un partido de baloncesto contra los merengues la afición se dedicó a aullar
Sabonis, hijo de puta. Si los cánticos se hubieran dirigido contra
Dražen Petrović, la cosa tendría un pase, porque el croata era, siendo suaves,
enervante para los que tenía enfrente. Pero ¿el lituano? Anda y que les den.
Recuerdo también una
eliminatoria de la Copa de Europa de fútbol -Champions League… pero, campeones
¿de qué?- entre el Barcelona y el Bayern de Múnich. Al equipo bávaro lo
entrenaba en aquel entonces el entrenador más sobrevalorado de la historia del fútbol
mundial, y yo fui al Vip’s a cenar con mi padre. Recuerdo que le comenté
que no sabía quién quería que perdiera, si los culerdos o el meacolonias.
Algo parecido me pasó
hace un mes, cuando el Rayo Vallecano ganó al Farça y dejó a tiro el alirón al Real Madrid. Al día siguiente, el charnego decía -iba a poner reconocía,
pero este es otro tipo tan pagado de sí mismo que es capaz de admitir con
sinceridad un error propio- que se había equivocado como entrenador.
Estuve mucho tiempo
diciendo y escribiendo que los del club fundado por un suizo cometían un error
al apostarlo todo a la carta del enano hormonado, porque cuando les faltara o,
simplemente, comenzara su declive, se las iban a ver y a desear para poder
ganar aunque fuera a las chapas.
Y así ha sido, y ahora me vuelve a asaltar la duda: no sé si quiero que vean la luz (que se den cuenta de que las cosas han cambiado y tengan la paciencia de reconstruir el equipo) o sigan ciegos.
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