Tradicionalmente se ha sostenido que la Historia la escriben los vencedores; de hecho, el propio Winston Churchill vino a decir que el juicio de la Historia le sería favorable, puesto que tenía la intención de escribirla.
Y así ocurrió: todo el
mundo critica el bombardeo al que la Alemania nacionalsocialista sometió al Reino
Unido en general, y Londres en particular; pero pocos, salvo que les interese
la Historia, saben que los Aliados -en los que Churchill jugaba un papel no
precisamente menor- sometieron a las ciudades alemanas a un bombardeo que, en
algunos casos, prácticamente las borró del mapa.
Igualmente, son
tristemente célebres la política racista que alemanes y japoneses practicaron
para con los territorios que ocupaban o los grupos étnicos o religiosos que no
les complacían; pero mucho menos conocido que los (muy democráticos) Estados
Unidos confinaron a su población de origen japonés en campos de concentración.
En cuanto a las dos bombas
atómicas lanzadas sobre Japón… bueno, una atrocidad de ese calibre es difícil
de ocultar, pero se justifica diciendo que contribuyó a acortar la guerra y al
ahorro de bajas en combate (aliadas, se entiende).
Viene todo esto al hilo
de que el nuevo engendro legislativo de la izmierda española en materia
de (des) educación, en lo relativo al estudio de la Historia, elimina su
enseñanza por orden cronológico, la inicia con la Constitución de 1.812 y otras
miserabilidades parecidas. Con esto, el desgobierno socialcomunista que tenemos
la desgracia de padecer busca reescribir la Historia.
Pero la Historia es la
que es: la segunda república, de la que estos se proclaman herederos, fue un
régimen proclamado ilegal e ilegítimamente por la izquierda, se desarrolló de
manera antidemocrática y sectaria por la izquierda y terminó en una guerra
civil que la izquierda buscó y encontró. Una guerra civil que perdió la izquierda.
Esos son los hechos,
dígalos Agamenón o su porquero.
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