En estos tiempos en que la imagen lo es todo, o casi todo, algunos parecen creer que la imagen es lo único. Quizá porque, además de su falta de escrúpulos, lo que les ha servido para llegar a donde están es su buena planta y nada más.
Con semejante introducción,
no hace falta decir explícitamente de quién estoy hablando. Pero lo voy a
decir, entre otras cosas porque así lleno líneas (no muchas). Hablo, claro
está, del psicópata de La Moncloa, del primer ninistro del desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer.
Entre otros defectos,
tiene un afán de protagonismo que sufre cada vez que alguien es el foco de
atención y ese alguien no es supersona. Ante la caída -no por anunciada
demasiado temprana- de sus expectativas electorales y el auge de las del principal
partido de la oposición (al menos, en cuanto a presencia institucional,
porque los hay que se oponen más… a un lado y otro del arco parlamentario, es
decir, incluso entre las propias filas de la coalición Fronkonstin),
hace un mes saltó de la noticia de que trataría de darle un vuelco a la tendencia con más presencia mediática.
Parece no saber que lo poco gusta y lo mucho empalaga. O, por decirlo más claramente: no se da cuenta de que la gente está harta de él.
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