Tradicionalmente, las revoluciones han tenido, por parte de los revolucionarios, dos partes muy bien diferenciadas.
Por un lado, estaban las masas oprimidas, los
que actuaban de buena fe, la carne de cañón. Los sans-culottes en la revolución
francesa, los obreros y campesinos en la revolución rusa…
Por el otro, estaban los dirigentes. Un grupo
reducido, relativamente instruido, que eran los que planeaban las cosas, pero
sin arriesgar personalmente nada en el envite (en principio). Así, los
jacobinos en la revolución francesa, aunque muchos acabaran perdiendo la
cabeza; y los bolcheviques en la rusa, aunque más te valía estar a buenas con
el que mandaba, llamárase Lenin o Stalin, so pena de ser borrado (de la foto,
del mapa). Este grupo, a pesar de sus proclamas, no aspiraba a derribar el
viejo orden para instaurar uno nuevo; o sí, pero siendo el nuevo orden en todo
idéntico al viejo, salvo que ellos serían los califas en lugar del califa
anterior.
Con todos los atentados a obras de arte que
se produjeron el mes pasado, por parte de acerebrados que se pegaban a las
paredes o a los marcos, uno se pregunta quiénes estaban detrás de todo esto,
quiénes ponen la pasta, en definitiva. Y uno se encuentra con que se apellidan
Disney o Rockefeller -no so unos muertos de hambre, precisamente-, o que han
dirigido No mires arriba.
Seguro que las obras de arte que tienen en sus mansiones -porque de fijo las tienen- están a buen recaudo, a salvo de vándalos bienintencionados y maldirigidos.
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