Hace meses, cuando empezó a extenderse la expresión violencia vicaria, cometí la imprudencia de preguntar -de buena fe y sin animus molestandi-, en un foro mayoritariamente femenino, si en el caso de que fuera una mujer la que asesinara a un hijo para herir al padre de la criatura se consideraría también un ejemplo de ese tipo de violencia.
En buena hora lo pregunté. Digitalmente, me
despellejaron vivo, me acusaron poco menos que de cerdo machista y vinieron a afirmar
que las mujeres eran incapaces de tal cosa. Como en tantos otros aspectos del feminazismo,
tal aseveración se compadecía poco, por no decir nada, con la realidad.
Porque las mujeres, como los hombres, son
capaces de odiar. Las mujeres, como los hombres, son capaces, por perjudicar a
su pareja o expareja, de cometer un crimen. Las mujeres, como los hombres, son
capaces de matar a sus propios hijos. Y las mujeres, como los hombres, si son
de izquierdas e insensibles, son capaces de callar un asesinato mientras
condenan otro, sólo porque el primero lo cometió una mujer y el segundo un hombre.
Eso sí, de acuerdo con las estadísticas, las mujeres no son tan capaces como los hombres: en algunas cosas, como en el filicidio, les superan.
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