La izquierda internacional, retrepada en el poyete de su auto concedida superioridad moral, considera que sólo ella tiene derecho a gobernar. Si gobierna la derecha, sea por la mínima o por mayoría abrumadora, es ilegítimo y no debería hacerlo, por más que la gente les haya votado. Como dijo Alfonso Guerra tras las municipales de finales de los setenta, en los que los de la mano y el capullo se quedaron muy lejos de sus expectativas, era que España se había equivocado.
Ahora, la bestia negra de la izquierda patria
es Isabel Díaz-Ayuso, presidente de la comunidad de Madrid y una de las personalidades
políticas -sea por iniciativa propia o por consejo de su asesor, Miguel Ángel
Rodríguez- que más claro les canta las cuarenta a la izquierda, política o social,
de la piel de toro.
Y los suciolistos, que se suben a
cualquier carro que piensen que puede llevarles a donde de otra manera no
llegarían ni ahítos de gaseosa, buscaron avivar las protestas sanitarias
(si todos los que, descontando titirizejas y demás, se manifestaron
contra las medidas sanitarias del PP madrileño fueran sanitarios, no existiría
problema de falta de medios humanos), al tiempo que criticaban las Ayusadas
y pedían a la presidente regional que se pusiera a trabajar.
Son tan gilipuertas que no se dan cuenta de que si la gente vota a Ayuso es, precisamente, por hacer lo que hace. Que es justo lo contrario de lo que hacen neocom y criptocom.
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