Los católicos debemos acatar lo que diga el obispo de Roma, pero entiendo que sólo cuando habla ex cathedra. Cuando lo hace como una persona normal, sobre asuntos humanos, el respeto tiene que ganárselo.
Y el actual ocupante de la sede
petrina no se ha ganado el mío. Intelectualmente está, a mi parecer, muy por
detrás de sus predecesores; e ideológicamente muestra una connivencia con ciertas
ideologías que hacen que, a poco que me despiste, le llame papa natas o papa
racho. De hecho, papapaco es lo más suave que le digo.
Hace un par de semanas, el
presidente del consejo regional de gobierno de Cataluña -ese cuyo apellido
denota los verdaderos antecedentes históricos de su región- hizo una visita al
Vaticano, por lo visto en una campaña en relación con la amnistía a sus
correligionarios (ideológicos) golpistas.
El jesuita Bergoglio no tuvo ningún problema en recibirle. Todo lo contrario que con la visita siguiente, de
miembros de la conferencia de rabinos europeos. El argentino declinó leer su
discurso por no encontrarse bien, según dijo, y prefirió entregarles el texto escrito.
Caben dos posibilidades: que el catalán le hubiera verdaderamente contagiado algo, o que fuera una descortesía pontificia. Personalmente, me inclino por lo segundo.
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