Para algunos, el partido de la mano y el capullo está traspasando todas las líneas rojas en materia de constitucionalidad y decencia, impulsados por el ansia insaciable y la absoluta falta de escrúpulos del psicópata de la Moncloa.
Otros, sin embargo, consideramos
que esto no es sino la confirmación de lo que esa formación ha sido desde su
misma creación: una máquina configurada para alcanzar el poder y detentarlo a
cualquier precio, todo el tiempo que sea posible.
Ya lo proclamó su fundador en
estreno parlamentario, probablemente en el último caso en que un socialista no
ha sido hipócrita.
Ya lo demostraron tras la asonada
del general Primo de Rivera, participando en los gobiernos presididos por él.
Ya lo pusieron de manifiesto
durante la ilegal e ilegítima segunda república, buscando la guerra civil que
consiguieron y perdieron.
Ya lo confirmaron instaurada la
democracia, proclamando que España se había equivocado cuando no ganaron
las elecciones que pensaban tenían en el bolsillo, prostituyendo el Tribunal de
garantías, corrompiendo todo el tejido institucional y recurriendo al
terrorismo de Estado cuando el conchabeo con los asesinos no era suficiente.
Ya lo reiteraron cuando firmaron
un pacto por las libertades y contra el terrorismo mientras pactaban con
los terroristas y contra las libertades, cuando pusieron cerco a las sedes del
partido entonces en el gobierno, cuando capitalizaron casi dos centenares de
muertos y cuando negociaban con los terroristas a pesar de haber muertos encima
de la mesa.
Ya casi lo remataron cuando
plantearon una moción de censura montada sobre pretextos inexistentes, dando
luego lugar al desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
Ya lo han rematado del todo
cuando han pactado con los etarras el silenciamiento de la derecha en Navarra, dejándoles fuera del control de las comisiones de la asamblea legislativa regional.
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