No deja de ser curioso que los dos autores de apologética cristiana que he leído sean, además de británicos, anglicanos. En el caso que nos ocupa, Chesterton murió católico, pero cuando publicó la obra que acabo de terminar era todavía anglicano.
Por ahí he leído que Chesterton
era el maestro de la paradoja. Más bien me parece que era alguien a
quien -al menos en la obra que nos ocupa- le bullían tantas ideas en la cabeza
que las vertía en un torrente tumultuoso. No quiero con esto decir que el libro
sea malo (no lo sé, ni me creo capacitado para juzgarlo). Sí que a ratos parece
un poco inconexo o deslavazado. Tal vez es porque ya soy católico -como decían
en ¡Se armó el Belén!, la única religió verdadera-, y por lo tanto no
necesito que me convenzan.
En cuanto al traductor, por muy sacerdote o teólogo que sea, comete un error garrafal al decir que, en el sacrificio de Isaac, el patriarca citado era el sacrificante, cuando cualquiera sabe que era el candidato a víctima.
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