Sé
que soy maniqueo, sectario y hasta drástico cuando digo que no hay socialista
bueno. Al menos, entre los españoles. Al fin y al cabo, son seres humanos, y
por lo tanto imperfectos y falibles. Y para un ojo dispuesto a ver sus
defectos, más todavía.
Algunos,
sin embargo, son mejores que otros. Estos otros, en cambio, resultan siempre
malos, por más que en algunos períodos, breves, parezcan poseídos de un ataque
de integridad y decencia, y hagan cosas que cabe respetar. Pero, a la que se
despistan, vuelven al camino por el que solían transitar y que abandonaron sólo
en apariencia.
Tomemos
el caso de José Borrell. Durante el felipato se ganó fama de tío poco,
vamos a llamarle así, caritativo, poco preocupado por la gente. Luego, con la
llegada de Aznar al poder, emigró a Europa, donde ocupó altas jerarquías
en el parlamento europeo; creo recordar que incluso fue presidente de la
cámara. Cuando arreció el secesionismo en Cataluña, allí se plantó defendiendo
a España y a los españoles.
Todo
un espejismo, porque cuando Sin vocales alcanzó la presidencia del Gobierno de
España, aupado a una turbamulta de comunistas, separatistas y terroristas,
Borrell aceptó ser ministro en su gabinete. Es uno de esos misterios
insondables el por qué una persona que tiene ya todo hecho, y que goza incluso
de un cierto prestigio -merecido o no, ese es otro tema-, decida volver a la
arena política. Ocurrió con Solbes, y ya vimos cómo acabó.
El
caso es que, mientras fue ministro, Borrell fue el objetivo de denuestos e
improperios -y hasta salivazos- por parte de los golpistas catalanes. Ahora que
ha vuelto a Europa, cuando la oposición constitucionalista (o el trifachito,
como les llaman los anticonstitucionalistas) pide a la Unión Europea investigar
la reunión del ministro español de Fomento y la número dos de la narcodictadura
venezolana, el presidente consorte de los suciolistos les manda a estudiar.
Quizá
debiera ser él, el que aprendiera de las lecciones de la Historia…
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