El
problema con los progres (debería irme buscando otra manera de empezar
este tipo de entradas, porque ésta ya empieza a estar un poco usadita) es que
van de lo particular a lo general. Es decir, toman un caso de ataque ad
hominem (o ad mulilerem) y lo elevan a la categoría de fobia.
¿Criticas
a una mujer? Eres un machista. ¿Criticas a un anciano? Eres un gerontófobo.
¿Criticas a un homosexual? Eres un homófobo. A propósito, alguien debería
revisarse las etimologías antes de inventarse palabritas, porque etimológicamente,
un homófobo es alguien que odia a los hombres (si partimos del latín homo)
o a los iguales (si lo hacemos del griego homos). Es como el caso del austericidio,
que contra lo que pretenden los que no enarbolan no supone matar con la
austeridad, sino matar a los austeros. Cosas.
A
lo que vamos. El trece de Febrero -víspera de San Valentín, mira tú por dónde-
saltó la noticia de que un parlamentario regional madrileño neocom había
sido expulsado de la formación por machista y lesbófobo. Por lo
visto, tras una noche de copas del expulsado y dos mujeres, cuando llegó el
momento de regresar a casa, el parlamentario explicó que no podía volver a la
suya pues el aparcamiento donde estaba su coche ya había cerrado. Las dos
mujeres no vieron inconveniente y le permitieron pasar la noche en el sofá de
la vivienda de una de ellas.
Según
las mujeres, el varón apareció en el dormitorio, donde ellas estaban
manteniendo relaciones sexuales y, tocándose los genitales, les preguntó ¿Esto
es para dos o para tres?. El político reconoce que entró y preguntó, pero
insiste en que no se tocó delante de ellas. Por su parte, una de las mujeres
sostiene que fue un momento superviolento (sólo le faltó añadir te lo
juro por Snoopy, o expresión semejante), porque nosotras estábamos sin
ropa y teniendo relaciones sexuales, indefensas. Nos sentimos invadidas y
pasamos toda la noche con ansiedad.
Ni
machista, ni lesbófobo, ni leches: un guarro y punto pelota.
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