En
un régimen verdaderamente democrático, todos los ciudadanos, los que mandan y
los que obedecen, son exactamente iguales. Es en regímenes totalitarios o
paratotalitarios, especialmente cuando son de izquierdas, cuando, aunque se
proclame que todos los ciudadanos son iguales, algunos al final sean más
iguales que otros.
No
voy a hablar aquí de que, habiendo dado positivo la madre y el suegro de Pierre
Nodoyuna, se los haya llevado raudo y veloche como un coche, que
decía mi padre cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, rumbo al Palacio de La Moncloa, donde estarán infinitamente mejor atendidos que en cualquier otra
parte (en peor compañía también, pero ese es otro tema). Lo comprendo, es
humano preocuparse por los que se quiere -suponiendo que este hombre quiera a
alguien más que su reflejo en el espejo-, pero resulta poco ejemplar.
Como
también resulta poco ejemplar que el Dúo Picapiedra -Pedro y Pablo, y que
me perdonen los dibujos de Hanna-Barbera- se salte la cuarentena día sí y día
también, teniendo en sus domicilios personas que han dado positivo. Y lo que ya
es de traca es que ese portavoz que la víspera del 8-M confesaba que no
aconsejaría a su hijo si ir o no ir a la manifestación diga, sin que se le
caiga la cara de vergüenza -suponiendo que la tenga- que Hay situaciones en las que por razones laborales se tienen que hacer excepciones. Sin comentarios.
Así
las cosas, no es extraño que el Gobierno se felicite porque el Viernes no se habían
cumplido sus peores pronósticos para esa fecha: ochocientos muertos sólo en
Madrid y veintiocho mil infectados.
Y
lo tenían controlado desde el principio, dicen: mienten más que hablan, para lo
que no hay más que escuchar al astronauta, que a saber por qué no se quedó en
la Luna…
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