Las
noticias sobre el COVID-19 se producen a tal velocidad que ya tengo materia
para hoy y para dos días más. Hoy hablaré de un rasgo que parece común a buena
parte de los españoles. Y no, no me refiero a la costumbre de hacer chistes de
casi todo -costumbre muy sana, por otra parte-, sino a la estupidez congénita,
con sus variantes de desfachatez galopante o insensibilidad criminal. Cuatro casos
aparecieron en la prensa hace un par de días.
El
primero fue el de un jefe de la policía regional catalana. Mal está que la
gente se salte las restricciones impuestas por el estado de alarma; pero que lo
haga un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que son a un
tiempo los encargados de dar ejemplo y de hacer cumplir esas restricciones ya
pasa de castaño oscuro. Y no es que estuviera yendo a visitar a alguien, no: el
muy cretino estaba practicando deporte. Eso sí, sus superiores no le han
multado, ni abierto expediente, ni nada: se han limitado a amonestarle
verbalmente. Se ve que, aunque todos somos iguales, algunos son más iguales que
otros.
El
segundo, un reportaje que apareció en Vanity Fair, relativo al Palacio
de La Moncloa. Evidentemente, es probable que la publicación del reportaje
estuviera prevista desde mucho antes, y que sólo una desafortunada casualidad
haya hecho que la revista lo haya sacado en estos días -pero no me digas que desde Moncloa no podían haber pedido que se retrasara un poco la cosa... hasta el siglo que viene, por ejemplo) donde no todos tenemos
metros y metros cuadrados (y medios de sobra) para pasar la cuarentena, a pesar
de que la señora de Sin vocales dijera hace años que ojalá pudieran
quedarse en su piso de 80 metros en una urbanización con piscina comunitaria.
Pero no sé qué les pasa a los progres, que en cuanto tocan poder se les quitan
las ganas de seguir viviendo en su piso de toda la vida… Bueno, vale, sí que lo
sé, porque lo primero que hicieron las ministras del primer gabinete de Rodríguez fue posar, envueltas en trapitos de lujo, en Vogue, otra publicación dirigida a un público humilde.
El
tercero, para demostrar que la estupidez no conoce de barrios, es una alcaldesa
del Partido Popular (de la valenciana localidad de Massalavés), que cerveza en
mano se saltó la cuerentena. Como en el caso de su vecino de algo más al Norte,
se ha descartado represaliarla. ¿La excusa de los juerguistas a los que se
unión la primera edil? Que se trataba de un día muy especial para los
falleros, y por eso hemos decidido bajar unos vecinos y poner música, algo totalmente
desafortunado. Totalmente desafortunado, no: algo rayano en la negligencia
criminal.
El
último fue el de una fiesta ilegal (ilegal incluso en condiciones normales, así que en éstas, ni
te cuento) en un hotel de Leganés. Cuando las patrullas llegaron al local se encontraron con restos de
comida caliente, vasos de bebida aún con hielos en su interior, un fuerte olor
a tabaco y más de 20 gramos de cocaína (colocados en tres bandejas y lista para
consumir), además de recipientes para el almacenamiento de drogas líquidas.
Qué
razón tenía Einstein cuando habló de la infinitud de la estupidez humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario