Sé
que voy a repetirme, pero mientras dure esta pandemia, o al menos el
confinamiento por la misma, o mientras siga teniendo una lista de asuntos que
me daría para escribir entradas durante un mes aunque no hubiera ninguna
noticia nueva -a veces me entra la idea de ponerme a escribirlas una tras otra,
con lo que la perspectiva se perdería pero se ganaría en inmediatez (al menos
en lo que al acto de verbalizar en relación con los sucesos se refiere)… pero
esa idea se me pasa pronto- será frecuente que diga que la distancia (temporal)
ayuda a poner las cosas en perspectiva. Como ocurre con la de hoy.
Porque
hace cuarenta días -veinticuatro horas arriba o abajo, es decir, casi seis
semanas, mes y medio-, la noticia era que un juzgado había obligado al Gobierno a entregar las grabaciones del Caso Ábalos tras la denuncia del PP, al
ver indicios de delito en la reunión Delcy-Ábalos, y ordenó conservar
las grabaciones del aeropuerto.
La
reacción del ministro fue decir que estaba tranquilo porque está aforado y le ampara la Ley de Protección de Datos. Aquí, malvado como soy, me dio por pensar
que no había dicho que estuviera tranquilo porque era inocente (como sería lo
lógico, de serlo), o porque no tenía nada que ocultar. Lo que dijo equivalía,
para mí, a un soy más culpable que el pecado, pero ni van a poder probarlo
ni, caso de que sí puedan, van a poder hacerme nada.
Si
a todo esto añadimos que pareció probado que el Gobierno español sabía que la
número dos de la narcodictadura venía a Barajas mucho antes de lo que dijo,
quizá la mayor utilidad de esta perspectiva a la que me refería al
principio sea que nos permite no olvidar los asuntos pendientes (¿las cuentas a
ajustar?) cuando todo esto acabe.
Porque
acabará.
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