Sin
vocales
está demostrando, con cada día que pasa, que no es más que un zETAp corregido y
aumentado, una edición 2.0, un más de lo mismo pero peor. Un saco de aire que
no expele más que vacuidades -y eso, siendo clementes y misericordiosos, lentos
a la cólera y ricos en clemencia, como dice el salmista del Altísimo-, con el
agravante de que a su absoluta falta de empatía -lo que clínicamente se
denomina ser un psicópata- une una soberbia injustificada y un egocentrismo
recalcitrante.
Porque,
vamos, a ver, ¿a santo de qué viene comparecer entre lágrimas para no anunciar nada y pedir que estemos orgullosos de su gestión? ¿Qué utilidad
tiene limitarse a contatar que lo peor está por llegar, que la ola va
a llegar y que somos el tiempo que respiramos? Ya, como que el viento,
que no es de nadie.
Menos mal que algunos políticos, por un lado, y la sociedad civil -o la ciudadanía, como les gusta decir pomposamente a los de izmierda; o la gente, como dicen los neocom- no parecen estar dispuestos a tragar con estas ruedas de molino, y lo hacen saber alto y claro.
Y
luego están los que, por decir ahora que algunos -políticos, periodistas,
artistas- antepusieron su ideología a nuestras vidas me llaman imbécil, idiota
y gilipollas, todo en el mismo mensaje. Pues la verdad, prefiero ser un cabrón
insensible a un mentiroso, aunque eso me aproxime a algún conocido al que,
cuando no está presente, le reprochamos precisamente eso mismo.
Pero
es que aquí nos estamos jugando la vida, no el amor propio.
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